La Pardina de Ayés: el ayer y hoy de La Borda de Pastores

Corría el Siglo XIX cuando unos frailes procedentes probablemente de Canfranc, decidieron establecerse en unas tierras al lado del hoy despoblado Rapún, perteneciente a Sabiñánigo, en la Comarca del Alto Gállego, provincia de Huesca, en lo que se conoce como la pardina de Ayés.

La pardina pasó de manos de los frailes a las de la familia de Nati, que se asentaron allí para trabajar la tierra y el ganado.


Oleo Pardina de Ayes

Nati, que ahora tiene 97 años, está encantada de recordar sus años en Ayés: «allí vivíamos muy bien, aunque trabajando mucho. Incluso me casé allí». Vivían de lo que sembraban, como lentejas, garbanzos, remolacha y todo tipo de hortalizas. También de las 300 ovejas que tenían y de la leña, que les daba tanto dinero en invierno como la agricultura en verano.

 

La marcha de la Familia de Nati de la pardina de Ayés

Estuvieron viviendo hasta 1.965, año en el que los cuatro habitantes de Rapún se marcharon a Sabiñánigo a trabajar en la industria. «Teníamos muy buena relación con ellos, y cuando se marcharon, mi padre decidió que nos fuéramos también para no quedarnos solos».

Una vez se marchó la familia, fueron años complicados para la pardina. El abandono y el olvido la condenaron a prácticamente quedarse en ruinas…


La borda antes

Una nueva oportunidad para la pardina

Actualmente hay vida en la pardina. Estuvo deshabitada desde 1.965 hasta 2013, año en el que el Grupo Pastores ubica allí La Borda de Pastores, un centro de divulgación del pastoreo y alojamiento rural en el pirineo en el que, a parte de poder pasar unos días de paz y desconexión en familia, permite conocer de cerca la importancia de la ganadería ovina para el medio natural y rural.

De ella se ocupan Teresa y Vicente, que es ganadero de toda la vida y socio de Oviaragon, la cooperativa matriz de Grupo Pastores. «En mi casa de Caspe ha habido ovejas desde siempre, desde que yo recuerdo. Cuando era pequeño no vivíamos del ganado pero mi padre, hace unos 45 años, decidió montar la explotación para sustentar la economía familiar».


Vicente pastor en la pardina de ayes

Su mujer Teresa y él decidieron irse a vivir a la pardina de Ayés hace unos pocos años, ya que era complicado ampliar la explotación en su pueblo y el trabajo en la construcción (Teresa era aparejadora) ha disminuido drásticamente.

El día a día en la pardina, aunque es distinto, mantiene muchas similitudes con el que pasaba Nati cuando era pequeña. Mientras Teresa se ocupa de los apartamentos y del restaurante, Vicente cuida del rebaño y saca a sus 400 ovejas de Rasa Aragonesa al campo. En los campos de la pardina el rebaño se alimenta principalmente de alfalfa, festuca y trébol en verano, y en invierno, si no nieva, sale a comer bellota y alfalfa.

Como antaño, siguen ocupándose de su huerto, en el que ambos cultivan hortalizas como sandías, melones, tomates y pimientos.


Pardina de Ayes

 

Pero… ¿Qué es una pardina?

Las pardinas son grandes extensiones de tierra y bosques de montaña dedicadas a la agricultura y la ganadería, en las que había un caserío en el que vivían una o dos familias que se encargaban de cultivar la tierra y cuidar el ganado, pajar, cuadras, almacenes y corrales. Incluso podía haber horno de leña y algunas dependencias más, lo que no es tan frecuente es la existencia de una ermita, como ocurre en la pardina de Ayés con la de Santa Águeda.


Edificio alojamiento La Borda de Pastores

En la pardina de Ayés, actual Borda de Pastores, hay un museo interactivo en el que se explica la vida de los ganaderos de antaño, mediante un audiovisual y utensilios tradicionales, el edificio principal (antigua casa en la que vivían Nati y su familia) con 4 habitaciones familiares y un apartamento en los que alojarse, el horno de leña, varias salas comunes y un restaurante en el que degustar un auténtico menú pastoril con Ternasco de Aragón. También se ofrecen actividades como «Vivir como pastores«, en la que toda la familia puede aprender los quehaceres diarios de un pastor acompañando a Vicente en su jornada diaria. Después, nos espera Teresa para recuperar fuerzas con unas migas y unas buenas brasas.

En definitiva, un lugar idílico entre montañas con las comodidades de hoy, pero con el sabor de un ayer que nunca debería de desaparecer.

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