Actualmente, la ganadería ovina se encuentra inmersa en una crisis que afecta a cientos de ganaderos en Aragón. Descubre esta situación de la mano de María Paul, ganadera de Pastores Grupo Cooperativo.
Piiiiii… Piiiiii… Piiiiii…
El teléfono sigue dando tono. Uno tras otro. Finalmente, tras el tercero, la cadencia se interrumpe y aparece una voz femenina. Enérgica y con fuerza. Una voz a la que no tarda en seguir una sonora carcajada. De esas que te vacían por dentro y parecen quitarte 20 años de encima en un momento. Son muchos los sonidos que se oyen a través del auricular: el viento resoplando, las interferencias propias de una mala cobertura y, si el oído no falla, algún que otro balido cuya procedencia resulta difícil identificar. No es extraño escuchar este último sonido. Lo raro sería no hacerlo ya que mientras hablamos con María ella está en “su territorio”. El suyo y el de las “doñas”: sus ovejas.
María Paul tiene 38 años y vive en Junzano (Huesca), el pueblo que la ha visto nacer y crecer. Desde hace más de 15 se dedica oficialmente a la ganadería, oficio heredado de sus padres. Hija de ganadero, podría decirse que las ovejas son lo que más le gusta y lo que mejor conoce. Tiene lógica, pues ya desde pequeña ayudaba en la granja familiar siempre que podía. Poco a poco, las ocasiones esporádicas fueron haciéndose más frecuentes hasta que a los 21 años, tras terminar sus estudios en ingeniería técnica agrícola, decidió hacerse cargo de la explotación junto a su hermano mayor. No fue una sorpresa. Le gustaba y además, era la única forma de que la granja, dirigida por su hermano, subsistiera: “Mi hermano siempre me ha hecho muy partícipe y eso ha hecho que lo viva todo con muchas ganas. Me motivaba para seguir adelante”, afirma.
Sí, se lanzó a la piscina. Pero no fue una decisión tomada a la ligera. Insiste en que la ganadería no es un trabajo de 8 horas sino un modo de vida con el que te “casas” y que debes aceptar con todas sus consecuencias. Con sus luces y sus sombras.
Hoy, junto a su hermano, María dirige una explotación de 500 ovejas y posee una superficie de 180 hectáreas de regadío y 96 de secano. El fruto de intensos años de trabajo. Un trabajo que cada vez se hace más cuesta arriba debido a la crisis que desde hace tiempo asola a la ganadería ovina. Un sector que, confiesa, se extinguirá si no se le pone remedio urgente. Y es que a pesar del tiempo transcurrido considera que no se ha avanzado tanto como debería. No habla solo de tecnología, sino de algo más profundo. De la importancia –o falta de ella– que la sociedad da a un sector que María considera fundamental para el mantenimiento del territorio. Pero sobre todo, indispensable para sustentar la población rural. Una población que si bien es menor que la que reside en la ciudad, sigue siendo una realidad. Prueba de ello son los 15 habitantes que actualmente residen en Junzano, su pueblo natal.
Una realidad desconocida, idealizada y poco valorada por muchos. Al igual que la de otros ganaderos, el día a día de María consiste en jornadas intensas en las que el reloj no da tregua y debe meditar cuidadosamente cada decisión. Al menos, si quiere mantener el mínimo beneficio. Y es que a diferencia de lo que pueda parecer, para los ganaderos, el campo no es solo descanso y disfrute. Sino también estrategia, riesgo y cálculos. Muchos cálculos para tomar las decisiones adecuadas y mantener a flote sus explotaciones. “Siempre se ha pensado que el que no valía para estudiar se hacía ganadero y no se dan cuenta de que no somos unos catetos con una vara. Somos empresarios, con o sin estudios, que analizamos al detalle cada decisión porque este oficio requiere mucha inversión y mucho tiempo. Y tienes que jugar con ello continuamente para no echar al traste el trabajo de muchos meses. Porque eso es dinero y tiempo perdido”, señala con la certeza del que sabe bien de lo que habla.
Sí, además del trabajo físico, su día a día es una relación entre números, beneficios y la ponderación de pros y contras. Algo que en muchas ocasiones puede ser estresante. Lo sabe y lo acepta. Ella lo eligió. Lejos de lo que pueda parecer no se lamenta por el tiempo que debe dedicar al campo. Es lo que le gusta y con lo que disfruta. Pero no se engaña. Sabe que la situación es complicada. Y en parte se debe a la “falta de interés de la industria” por mejorar la vida de los ganaderos y mantener prácticamente la única ganadería extensiva que persiste actualmente: la del ovino. Considera que, al menos en Aragón, Grupo Pastores, cooperativa de la que es socia desde hace 9 años, es de las pocas entidades que investiga sobre el ovino para incrementar la rentabilidad del sector y calidad de vida de sus socios. Varias cuestiones que se plasman en los servicios que ofrece la cooperativa, como son la comercialización de los rebaños de sus socios, la investigación genética y mejoras alimenticias, entre otros.
No obstante, María es crítica y sabe que aún queda mucho por avanzar. Mas, para ello todos deben remar en una misma dirección: administración, productores y consumidor. Y es que si algo tiene claro es que la calidad tiene un coste. Un coste que no puede recaer exclusivamente en el ganadero. “La ganadería extensiva es una práctica tras la que hay mucho tiempo y mucho dinero. Mi pregunta es, si cada vez estamos produciendo una carne más sana, con valor añadido, ¿por qué ese valor añadido no repercute en los ingresos del ganadero? Entiendo que la crisis ha afectado a todo el mundo, pero es que nosotros solos no podemos salvar al sector. Un sector que afecta a todo el mundo. A los de la ciudad también, aunque no se den cuenta”, insiste. Y lo hace con una mezcla entre convicción y frustración. Como si quisiera dejar un mensaje en el aire con la esperanza de que un eco invisible lo haga llegar a los oídos de todo aquel dispuesto a escucharle.
Y es que sabe que si una explotación de ovino cierra, probablemente no vuelva a abrir. Sin embargo, prefiere no pensar en ello. Hasta el momento, la ganadería le ha permitido ganarse la vida gracias al esfuerzo que ha realizado durante todos estos años, en los que se ha dejado “parte de su juventud”. No es adivina y no tiene una bola de cristal. No sabe lo que pasará. Lo que sí sabe es que las ovejas, como la vida, no esperan. Así que toca volver al trabajo. Y como es propio en los ganaderos, lo hace con determinación. Con el carácter del que está acostumbrado a plantar cara a los desafíos para sacar las cosas adelante. Porque el día es largo y aún queda mucho por hacer.
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